“Leer en casa”
“Quien no haya pasado tardes enteras delante de un
libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse
cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado.
Quien
nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque
Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento
bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse
tempranito.
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acaba y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido.
Quien no conozca todo esto por propia experiencia no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acaba y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido.
Quien no conozca todo esto por propia experiencia no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.
Miró
fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente,
lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su
pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos
los libros!” (Michael Ende. La historia interminable.)
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